La poesía de Gil Vicente, caracterizada por la recuperación de numerosos elementos populares, no impide que, toda vez que se insertan en un contexto dramático distinto al que pertenecían originariamente, proporcionen una nueva perspectiva sobre otras obras líricas, a la vez que continúen alimentándose de un fondo oral. Estas canciones, que se acompañaban de música y danza, forman parte de la tradición lírica peninsular y no pueden ser disociadas del diálogo hablado, en el que se integran armoniosamente. El arte vicentina, sometida a la dialéctica de la repetición y de la invención, llevó al escritor portugués, en su doble condición de poeta y dramaturgo, a imaginar una serie de variaciones a partir de fórmulas de la tradición oral y, al mismo tiempo, a transformar estas mismas fórmulas, de acuerdo con sus necesidades dramáticas.