La poesía ocupa un puesto ambiguo en el pensamiento medieval por sus vinculaciones con la Antigüedad pagana, en la que el poeta asumía un papel sagrado. Además, a semejanza del juicio que le dedicara Platón, su condición de discurso ficticio, es decir, mentiroso, la acercaba al ámbito de lo inútil, el engaño y la seducción. A partir de estos presupuestos, el autor analiza el proceso de adaptación de la poesía al nuevo sistema de pensamiento que impone el Occidente cristiano, que pasa por la desacralización de la labor poética y su consideración de herramienta para el conocimiento del amor de Dios a través de la conversión espiritual. Así, mientras que el juglar se convierte el joculator Dei, el poeta mantendrá su estatuto de elegido gracias a la condición de poeta theologus, que encarna la figura de Dante. Se dedican capítulos específicos al ciclo del grial de Robert de Boron, a la Vie des Pères y al pensamiento de San Bernardo.