Se trata de una vieja y conocida leyenda del golfo de Messina que cobra forma definitiva atribuida a las maravillas del reinado de Federico II; tras estudiar su transmisión medieval en Italia, la autora documenta su paso a España en misceláneas cultas como la de Pero Mexía, para entrar después en la segunda parte del Lazarillo y tomar forma definitiva en versión romancística de 1608, contaminada con motivos de la acción contra los conversos. Resulta un importantísimo testimonio de la hibridación de tradiciones italianas e ibéricas que empieza a producirse en la segunda mitad del siglo XV.